Fundación Bancaja presenta la exposición Sorolla. Obras maestras del Museo Sorolla

La exposición reúne en Valencia una selección de las obras maestras de la casa-museo del artista en Madrid, que se han podido prestar por la circunstancia extraordinaria de su cierre temporal para las obras de ampliación y rehabilitación

La Fundación Bancaja ha presentado esta mañana la exposición Sorolla. Obras maestras del Museo Sorolla, producida junto con el Ministerio de Cultura, el Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla. La muestra reúne en Valencia de forma excepcional una selección de las obras maestras de la casa-museo del artista en Madrid.

La circunstancia extraordinaria del cierre temporal del Museo Sorolla para su ampliación y rehabilitación permite mostrar en la ciudad natal del pintor un conjunto de grandes pinturas, que difícilmente pueden prestarse todas juntas para una misma exposición. La presentación ha contado con la participación del presidente de la Fundación Bancaja, Rafael Alcón, y el director del Museo Sorolla y comisario de la exposición, Enrique Varela.

La muestra está integrada por 59 obras que han viajado desde Madrid a Valencia para un proyecto que recorre la trayectoria vital y artística del pintor a través de una selección de las creaciones más destacadas de la colección del Museo Sorolla y de la Fundación Museo Sorolla, como Paseo a la orilla del mar, El baño del caballo o La siesta, entre otras.

Compuesta por cerca de mil cuatrocientas obras, la colección de pintura del Museo Sorolla es la más importante que hay en el mundo del maestro de la luz, siendo la referencia por número, calidad y la variedad de géneros representados. Se trata de las obras de las que no se desprendieron ni Sorolla ni Clotilde y son las obras fundacionales del Museo Sorolla, creado en 1931 por voluntad de la esposa del artista.

Gran parte de las obras presentadas se exponen en la Fundación Bancaja por primera vez dentro de su extensa trayectoria de muestras monográficas de Sorolla en su sede en Valencia.

El nutrido y relevante conjunto de obras de la casa-museo dialoga en la sala con el lienzo ¡Triste herencia!, de la colección de la Fundación Bancaja, con el que Sorolla ganó el Grand Prix en la Exposición Universal de 1900 en París y con el que alcanzó su consagración internacional.

La exposición se articula en diferentes secciones que abordan sus primeros años de formación en Valencia e Italia, en los que el joven Sorolla empieza a demostrar ya su capacidad y su ingenio como artista; la afirmación de su personalidad artística en Madrid con la obtención de reconocimientos nacionales e internacionales; su maestría en el género del retrato con lienzos de ámbito familiar; la iconografía del mar tan relevante en su producción artística con obras emblemáticas que conservó en su poder; su intimista pintura de jardines; su crónica plástica de la España de su tiempo con tipos y paisajes de la época; y su estancia en la Cala de San Vicente (Pollença, Mallorca) en 1919, en el que fue su último viaje para pintar el Mediterráneo antes de su muerte.

Con motivo de la muestra se ha editado un catálogo con la reproducción de las obras que forman parte de la exposición, junto con textos del comisario. Dentro de su programa de mediación cultural y artística, la Fundación Bancaja ofrece visitas comentadas para público general y grupos, y también talleres didácticos para escolares, personas con discapacidad, grupos en riesgo de exclusión y personas mayores.

La exposición puede visitarse en la sede de la Fundación Bancaja en Valencia (Plaza Tetuán, 23) del 3 de octubre de 2025 al 8 de febrero de 2026.

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El joven Sorolla

Los primeros años del Sorolla creador transcurren entre Valencia, en las Escuelas de Artesanos y posteriormente en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, y Roma, donde internacionaliza su formación al conseguir una beca de pensionado de la Diputación de Valencia.

En Valencia da los primeros pasos como aprendiz, demuestra su capacidad, asume las directrices académicas, conoce el ambiente artístico, practica el dibujo, el bodegón, la composición, realiza obras ambientadas en la antigüedad clásica y sale a pintar por los alrededores de su ciudad. Viajará también a Madrid para intentar abrirse camino en el ecosistema del arte y, sobre todo, entrará en contacto con los maestros de la escuela española que le esperaban en el Museo del Prado. Velázquez será una fuente inagotable para él y cuya influencia se evidenciará a lo largo de toda su carrera.

En 1885 Sorolla viajará a Italia para ampliar su formación, contactando con el círculo de artistas españoles. En Roma conoce a un personaje trascendental en su trayectoria, Pedro Gil Moreno de Mora, con el que entabló una fuerte amistad y resultó fundamental como consejero a nivel profesional. Gracias a él Sorolla viajará por primera vez a París y entrará en contacto con las corrientes internacionales del arte que despuntaban en la capital francesa. Sorolla encontrará en París su horizonte como pintor. De regreso de Italia, vuelve a Valencia. Son tiempos estos en los que el joven pintor lucha por labrarse un camino realizando obras costumbristas de ambientación valenciana o de raigambre popular, pintorescas, preciosistas y virtuosas que tienen éxito entre la clientela.

De esta etapa resultan llamativos dos autorretratos que Sorolla se pinta en Roma. Se trata de obras en las que el pintor se representa dando la espalda al espectador. Lo significativo es que la afirmación del retratado no viene por el hecho de su exhibición frontal, mostrando los rasgos fisonómicos o la penetración psicológica del personaje, como viene siendo al uso. En este caso, la afirmación e identificación del personaje (Sorolla) viene dada por la acción que el retratado está realizando: pintar. Sorolla se auto representa como artista.

La afirmación de una personalidad artística

Al regreso de Italia y tras pasar una temporada en Valencia, Sorolla, junto con su esposa Clotilde, se establece definitivamente en Madrid en 1889. En estas primeras décadas de su trayectoria, pugna por labrarse un nombre y un hueco como artista.

La década de los noventa será el momento en el que se produzca la eclosión de su personalidad artística. El pintor realiza en estos años obras de enorme fuerza, trascendencia e impacto que va presentando en los distintos certámenes y con las que va cosechando premios y consolidando su valía.

En la Exposición Internacional de Bellas Artes de 1892 el pintor, presenta la obra Después del baño, un prodigio de virtuosismo técnico considerada el mejor desnudo académico pintado por Sorolla en toda su vida.

Sorolla aborda también durante esta etapa el género del realismo social, en el que se ponía la mirada en las circunstancias vitales más dramáticas de las clases menos favorecidas. En estos años realiza obras de enorme impacto como Trata de blancas o ¡Triste herencia!. Son pocas obras las que realiza en este género, pero que dejaron una profunda huella. Como señaló Vicente Blasco Ibáñez al referirse a la obra Trata de blancas: “es la creación de un novelista que en vez de pluma usa pincel. Hay todo un libro en aquel vagón de tercera”. Con ¡Triste herencia! obtuvo el Grand Prix en la Exposición Universal de 1900 y alcanzó su consagración internacional como uno de los artistas más destacados de su tiempo.

Retratos en familia

El género del retrato fue uno de los que ocupó una parte importante de la producción pictórica de Sorolla, que fue un pintor de retratos muy solicitado por las élites sociales, políticas, económicas e intelectuales de su tiempo, tanto en España como en el extranjero.

Si bien en los retratos de encargo su libertad creativa tenía limitaciones, en los retratos de su entorno familiar Sorolla se permite una mayor espontaneidad, cierta experimentación y mucha verdad.

En los retratos de interior prima el posado, el estatismo, la frontalidad de la imagen, pero todos ellos están llenos de matices e ingredientes distintos: la elegancia y franqueza en el retrato de su cuñado Juan Antonio García; el decorativismo y la espontaneidad en el retrato infantil en grupo de Mis chicos; la sinceridad y el amor, también la elegancia, en todos los retratos de Clotilde; la absoluta maestría velazqueña en el retrato colectivo de Mis hijos.

En los autorretratos, esta vez de frente, Sorolla explora su rostro, el paso del tiempo, y se muestra con franqueza, orgulloso de sí, sea como como pintor o como hombre de mundo.

En cambio, en los retratos al aire libre el tratamiento es muy distinto, la paleta de colores, la luz, el escenario de fondo; algunos no pueden calificarse como retratos, aunque lo sean (su hija Elena en Saltando a la comba o el retrato familiar colectivo en La Siesta), pues no prima la representación del personaje, su identificación fisonómica o captación psicológica. La atención no se centra en esos parámetros sino otros aspectos como la acción representada o la resolución absolutamente moderna de la obra a través de la plástica y la composición.

El mar, iconografía de la luz

Si hay un género con el que se identifica a Sorolla y con el que se granjeó los mayores reconocimientos, es la pintura de mar en sus múltiples vertientes: como escenario del trabajo, del placer, de la desdicha, como escenario del recreo…

Pero, sobre todo, para Sorolla el mar se convirtió en un escenario de experimentación plástica. Su naturaleza constantemente cambiante, el continuo movimiento del agua, su rico colorido, su evidente atractivo estético, la intensidad de su luz reflejada, sus efectos atmosféricos, suponían un estímulo y desafío constante para el pintor.

En torno al mar Sorolla compuso una iconografía múltiple en la que se desarrolló la vida cotidiana de las diversas gentes que pueblan sus orillas.

Sorolla encontró dos escenarios de representación especialmente interesantes para su iconografía del mar: su Mediterráneo natal y el Cantábrico. Se trataba de dos mares muy diferentes en cuanto a los retos lumínicos y atmosféricos que se le presentaban. La luz del Cantábrico era más fría y cambiante, la del Mediterráneo más cálida y cegadora.

En las playas de Biarritz, Zarauz o San Sebastián disfrutó del veraneo distinguido de la sociedad burguesa y despreocupada de entreguerras, allí pintó icónicas escenas del veraneo elegante.

No fue ajeno el Mediterráneo a ese tipo de escenas sofisticadas, como puede verse en la modernísima Paseo a la orilla del mar, pero lo que prevalece sobre todo en muchas de las obras pintadas por Sorolla en las orillas del Cabañal es un eco del mundo clásico, una referencia la herencia de la antigua Grecia clásica que bañe las orillas de su tierra natal en cada oleaje. Tal y como anheló el propio pintor “haremos de Valencia una nueva Atenas”.

El pintor jardinero

La pintura de jardines se configuró como el último refugio de los pintores plenairistas, todos ellos hicieron del jardín un tema básico de su pintura y también fue así para Sorolla.

Desde la perspectiva de la representación pictórica el jardín le ofrecía a Sorolla todo un sinfín de desafíos y posibilidades: los efectos de la luz filtrada sobre las masas vegetales, la combinación entre el marco arquitectónico y la vegetación, el juego de las sombras, la reverberación de la luz en el agua de fuentes y estanques, el múltiple colorido de su flora, la delicadeza de la representación de las flores…

El jardín en la obra de Sorolla se independizó como género pictórico en su etapa de madurez como pintor, a partir de su estancia en La Granja de San Ildefonso en 1907, a las que se suman otras visitas a los jardines del Real Alcázar de Sevilla o el complejo monumental de la Alhambra y el Generalife de Granada.

Sorolla proyectó en su nueva casa de Madrid cuatro jardines de herencia andaluza e italiana concatenados a través de magistrales ejes visuales y del evocador poder del agua que brota de sus fuentes. En estos jardines de su residencia Sorolla dio sus últimas pinceladas al aire libre en una serie de obras realizadas al final de sus días.

España retratada

Sorolla fue el pintor plenairista o “al aire libre” por antonomasia. Y pintar al aire libre, al natural, implicaba movimiento, inquietud, viajar, convirtiendo a Sorolla en un pintor viajero que recorrió con sus pinceles y caballetes desde el entorno de su Valencia natal a los más diversos y lejanos lugares de la geografía española, captando imágenes icónicas de paisajes costeros, paisajes de interior, o vistas de ciudades monumentales, etc. Sorolla compone una iconografía de la España natural, popular y monumental complementaria de la que pintó para la Hispanic Society de Nueva York.

A modo de contrapunto de la pintura de mar, Sorolla dirigió su mirada al interior rural y empobrecido de la España de entresiglos donde elaboró una pintura que trasluce su sentido más moral. Ante la imponente quietud de sus paisajes, Sorolla pintó al aire libre impresionantes panorámicas dominadas por la naturaleza. Junto a esos imponentes paisajes naturales, la huella del hombre y de la historia cobró también peso a través de sus vistas de atemporales conjuntos monumentales de ciudades históricas de España.

Para la realización del encargo de los paneles de la Hispanic, viajando incansablemente por España, Sorolla realizó también bocetos de tipos populares que son verdaderas obras concluidas. Por delante del pintor fueron desfilando hombres y mujeres de las diferentes regiones de la geografía que posan de manera franca y orgullosa ataviados con su llamativa indumentaria tradicional.

El fin de los días: la serie del Cavall Bernat

Desde hacía tiempo el artista tenía pendiente viajar a Mallorca, viaje que finalmente realiza durante el verano de 1919 y se instala y planta su caballete en la Cala de San Vicente (Pollença), un paraje natural que ya había llamado la atención de otros artistas como Santiago Rusiñol o Anglada Camarasa. Sorolla se muestra en esta estancia relajado y distraído, disfruta de la compañía de Clotilde y de su hija Elena y realiza durante esos días de descanso una de las series más sugestivas, evocadoras y bellas de su carrera.

Sorolla captó a través de una serie de lienzos las variaciones de luz y color sobre un mismo motivo, el Cavall Bernat bañado por el agua esmeralda y el sol del atardecer. Atraído por los contrastes de texturas y colores entre la piedra y el agua del mar, se recreó y captó los impactos y efectos de la luz cambiante.

A través de una misma estructura compositiva- con franjas de mar, tierra y cielo-, el pintor se adentra en la experimentación plástica en una pintura rápida, expresiva y libre. Compone una serie de obras en las que capta el instante que se desvanece y convierte la roca del Cavall Bernat en una pura impresión de color.

Esta estancia de Sorolla en Baleares en 1919 será la última ocasión en la que el artista pinte el mar Mediterráneo que tanto le inspiró.

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