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Fundación Bancaja presenta la exposición Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60

La muestra Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60 aportará un diálogo inédito hasta el momento entre la obra de los dos artistas vascos.

La exposición está integrada por más de un centenar de obras procedentes de colecciones públicas y privadas entre las que destacan Fundación Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku.

La Fundación Bancaja ha presentado esta mañana la muestra Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, una exposición inédita que ofrece por primera vez de forma conjunta la obra de ambos artistas vascos, marcando un hito en la historia de la exhibición de la producción artística de dos figuras clave en la escultura europea del siglo XX casi veinte años después de su fallecimiento. La presentación ha contado con la participación del presidente de la Fundación Bancaja, Rafael Alcón, y el comisario de la exposición, Javier González de Durana.

La exposición cuenta con el consenso y la colaboración de las dos instituciones legatarias de los artistas: Fundación Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku. La muestra suscita un diálogo entre sus esculturas, centrado en la producción realizada durante dos décadas –los años 50 y 60- en las que Oteiza y Chillida se conocieron, tuvieron relación de amistad y cada uno contempló con atención e interés la obra del otro. El recorrido expositivo, con más de un centenar de piezas, ofrece una conversación entre sus pensamientos estéticos y sus realizaciones escultóricas, revelando en pie de igualdad las metáforas paradigmáticas de Oteiza y las metonimias sintagmáticas de Chillida.

La selección de obra se ha realizado desde una perspectiva cronológica, iniciándose en 1948 con sendos viajes -cuando Oteiza regresa a España después de su larga estancia en Latinoamérica y Chillida se marcha a París con la voluntad de convertirse en escultor-, y concluye en 1969 -con la culminación de la estatuaria del Santuario de Arantzazu por parte de Oteiza y la instalación de la primera gran obra pública de Chillida en Europa ante el edificio parisino de la UNESCO-.

Dentro de esta etapa se reconoce en unos primeros momentos una tendencia común a trabajar sobre la figura humana, pero con diferentes acentos, uno primitivista-expresionista en Oteiza, y otro clasicista-arcaizante en Chillida, resultando en ambos casos que los rasgos antropomórficos quedan reducidos a leves evidencias, en una línea común a la de otros artistas del momento que desfiguraban la representación naturalista del cuerpo.

Sus fuertes y muy diferentes personalidades empezaron a manifestarse con lenguajes singulares a partir de los primeros años 50. Chillida miró a la tradición representada por Julio González, trabajando la forja de hierro para desplegar un universo de imágenes de naturaleza surrealizante a partir de materiales evocadores de utensilios agrícolas. Oteiza indagó en las investigaciones de Henry Moore acerca del espacio, el hueco y la masa, formalizando un poderoso y dramático repertorio de figuras en las que el vaciamiento expresivo, no el vacío inerte, iba ganando presencia.

La horquilla temporal de la exposición se inicia también cuando la importancia internacional de Jorge Oteiza y Eduardo Chillida se hizo patente, en los años 50, al ganar los mayores reconocimientos en certámenes del máximo prestigio en Europa y América. Oteiza se hizo con el Diploma de Honor en la IX Trienal de Milán en 1951, lográndolo Chillida en la siguiente convocatoria, la del año 1954. Poco después, en 1957, Oteiza fue merecedor del Premio al Mejor Escultor Internacional en la IV Bienal de Sâo Paulo y al año siguiente, en 1958, Chillida alcanzó el Gran Premio de la Escultura en la XXIX Bienal de Venecia.

A las obras de la Fundación-Museo Jorge Oteiza y Chillida Leku, se suman las procedentes de otras colecciones públicas y privadas como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Museo de Bellas Artes de Bilbao, IVAM, Museo Guggenheim Bilbao, Colección Iberdrola, Fundación “la Caixa”, Santuario de Arantzazu, Colección Kutxa, Colección de Arte Banco Sabadell, Cámara de Comercio, Industria y Servicios de Córdoba, Colección Banco de España, Museo Universidad de Navarra, Fundación María José Jove, Fundación Santander, Colección Hortensia Herrero, Colección Arango, Colección Daza Aristi, Abadía de Retuerta. Le Domaine, Fundación Azcona, Colecciones ICO, Galería Guillermo de Osma, Galería Michel Mejuto, Galería Carreras&Múgica, entre otros.

Con motivo de la exposición se ha editado un catálogo que, junto con la reproducción de las obras y diversa documentación gráfica inédita, incluye dos artículos de investigación del comisario. El primer artículo analiza la recepción crítica que la obra de ambos artistas tuvo en España durante aquellas décadas, examinando textos de Juan Antonio Gaya Nuño, Vicente Aguilera Cerní y Juan Daniel Fullaondo, entre otros. El segundo texto analiza las obras de ambos escultores realizadas en Homenaje a Juan Sebastián Bach.

La exposición podrá visitarse en la sede de la Fundación Bancaja en València del 5 de noviembre de 2021 al 6 de marzo de 2022.

1948-1969: un tiempo compartido y dialogado

En 1948, Oteiza regresó a España después de vivir trece años en Latinoamérica durante los que, sin abandonar su actividad como escultor que había iniciado en la primera mitad de los años 30, se dedicó sobre todo a la docencia universitaria. Mientras, ese año Chillida marchaba a París tras tomar la decisión de convertirse en escultor después de abandonar los estudios de arquitectura. Por otra parte, en 1969 Oteiza culminaba la realización de su estatuaria para el Santuario de Arantzazu, que había iniciado en 1951, permaneciendo paralizada por orden eclesiástica vaticana desde 1955, y Chillida colocaba en el exterior del edificio de la UNESCO en París su primera gran obra pública en Europa. Es decir, 1948 fue año de viajes que supusieron tanto reinicio para uno como inicio para otro, y 1969 lo fue de materialización de importantes obras en el espacio social colectivo.

De tal manera, se puede decir que 1948 fue un punto de partida para ambos, si bien Oteiza tenía acumulada ya una experiencia práctica y, sobre todo teórica, adquirida en contacto con grupos vanguardistas latinoamericanos que Chillida empezaría a recibir de primera mano en París.

Ambos trabajaron para el Santuario de Arantzazu, donde dejaron algunas de sus mejores obras de la primera mitad de los años 50 ―abstracción geométrica en las puertas y existencialismo trágico en la estatuaria―, pero cuando alcanzaron la plenitud creativa fue a partir de 1955-56, cuando Oteiza dio inicio y completó sus investigaciones espaciales que denominó “propósito experimental”, y Chillida empezó a “cortar el hierro” para crear el peculiar y romántico lenguaje cercano al informalismo.

Profundamente distintos de carácter y, por tanto, muy diferentes como artistas, sin embargo, durante los años 50 y 60 compartieron intereses e inquietudes creativas, participaron en proyectos culturales, tuvieron iniciativas políticas en favor de otros artistas y estuvieron envueltos por el espíritu de la época, el cual puede rastrearse en sus obras con sutiles idas y venidas de uno a otro.

La crítica ante Oteiza y Chillida

La primera vez que Oteiza y Chillida aparecieron juntos en un libro de arte español fue en el amplio estudio de Juan Antonio Gaya Nuño sobre la Escultura española contemporánea (1957). Gaya Nuño abordó su análisis antes de que Oteiza triunfara en Sâo Paulo y después de que Chillida expusiera en Galerie Maeght por primera vez.

Oteiza planteaba, según entendía Gaya Nuño, el hiperboloide como módulo voluminoso de la forma y del mundo actual: una unidad liviana -en rotación constante y con ambiciones exteriores- que permitía al observador adentrarse en el pensamiento del artista. El último capítulo del libro Escultura española contemporánea estaba dedicado a las “generaciones jóvenes y punto epilogal”. Aquí Gaya Nuño relaciona un largo listado de nombres. Advertía mucho clasicismo entre los jóvenes y afirmaba ver “invención y creación (…) en el interesantísimo Eduardo Chillida, guipuzcoano como Oteyza”. El historiador valoraba positivamente que Chillida hubiese vuelto “a los viejos hierros de Gargallo y Julio González”.

Hubo un primer “encuentro” de Jorge Oteiza y Eduardo Chillida en València que tuvo como escenario las páginas de la revista Parpalló. En el último número de la publicación, durante el verano de 1959, se dieron a conocer un texto de Vicente Aguilera Cerní, titulado “En torno a Jorge Oteiza”, y otro escrito por Gaston Bachelard, “El cosmos del hierro”. El crítico valenciano realizaba un minucioso recorrido analítico de la evolución de Oteiza durante la década que finalizaba, desde los encuentros de Santander, momento en que le conoció, hasta la aportación de Sâo Paulo, y el del filósofo francés era la traducción por Elena Aura del escrito que había sido dado a conocer en París tres años antes con motivo de la primera exposición personal de Chillida en la Galerie Maeght.

Las reflexiones de Aguilera Cerní constituyeron la más completa reseña crítica -detenida, extensa y rigurosa- que se efectuó sobre la obra de Oteiza hasta el momento en aquella España, y el de Bachelard fue, también, la primera traducción al castellano de este importante y pionero texto sobre Chillida, elaborado por una personalidad europea de primer orden. Antes de estos escritos, ninguno de los dos escultores había recibido análisis de semejante atención y relevancia.

También fue en Valencia, dos años antes de lo anterior y en la revista Arte Vivo (predecesora de Parpalló), donde los nombres de Oteiza y Chillida aparecieron mencionados uno al lado del otro, junto a los de otros artistas.

Otro de los análisis críticos de la obra de Oteiza y Chillida llegó de la mano de Juan Daniel Fullaondo en el libro de conversaciones Laocoonte crepuscular donde afirma: “Chillida se mueve en terrenos débilmente teóricos, pero salpicados de intuiciones puntuales, muy sensibles, resonancias poéticas; (…) Oteiza, participando de casi todos los campos, da un resultado teóricamente más híbrido, pero muy inteligente, extraordinariamente inteligente”.

Los caminos de su obra

Oteiza y Chillida, de caracteres tan opuestos, no podían sino manifestarse también muy diferentes a la hora de realizar sus obras, incluso cuando los asuntos por los que se interesaron fuesen los mismos -el espacio, la luz, lo espiritual, la sonoridad visual…-, incluso a pesar de puntuales semejanzas formales, pues sus motivaciones primeras e intenciones últimas no podían ser más distintas.

Oteiza era dueño de una teoría y creaba familias de esculturas con variedad de matices para demostrarla. Chillida empezaba cada escultura sin puntos de partida ni de llegada precisos para descubrir, una vez concluida cada obra, la idea rotunda que encerraba. El temperamento fogoso de Oteiza daba lugar a obras templadas con la científica frialdad propia de un laboratorio, mientras que de la calma serenidad de Chillida surgían piezas que parecen contener interiores ardientes, alzándose y cruzando el aire como llamaradas detenidas o relámpagos mineralizados.

En palabras de Aguilera Cerní, la obra de “Oteiza queda sobre el plano específico de la metafísica, la de Chillida se sitúa en el dominio de la violencia expresiva, una sumisión a las fuerzas absolutas y omnipresentes”.

Jorge Oteiza (Orio, Gipuzkoa, 1908 – San Sebastián, 2003)

Tras tres años de estudios de medicina en Madrid, Jorge Oteiza se dedica a la escultura, consiguiendo premios y reconocimientos en el ámbito local donostiarra. Marcha a América del Sur en 1935 y allí compagina durante años la creación escultórica con la enseñanza de la cerámica y la publicación de sus reflexiones sobre teoría del arte. Vuelve a España en 1948, dedicándose a la promoción y el fomento de la renovación en los lenguajes artísticos.

En 1951 recibe el encargo de la realización de las esculturas del Santuario de Arantzazu, proyecto que no culminó hasta 1969 por interrupciones debidas al veto eclesiástico.

Evolucionó desde el expresionismo y la figuración para iniciarse por el sendero de la abstracción y la investigación geométrica-racional de los constructivistas rusos de principios de siglo y del neoplasticismo, lo que le llevó a una detenida y metafísica reflexión sobre el vacío en la escultura, que pasa a ser protagonista de su obra en detrimento de su materialidad.

Pretende expresar con ello “el vacío existencial del espíritu humano”, muy en concreto entre 1956 y 1959 con su Propósito experimental, algunos de cuyos resultados presentados en la Bienal de Sâo Paulo (1957), le valieron ganar el Gran Premio de Escultura. Se basa para esta expresión en la confianza en las facultades intelectuales del artista, el carácter conceptual de la modernidad y la representación de lo espiritual, buscando en sus piezas, a través de la geometría, la captación y transmisión de valores universales.

En 1970 consiguió el primer premio del concurso de ideas para la urbanización de la plaza de Colón (Madrid), no materializado finalmente. En 1985 le fue concedida la Medalla de Oro de Bellas Artes de España y en 1988 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias.

Completan su obra los escritos teóricos, entre los que destaca Quousque tandem…! Ensayo de interpretación del alma vasca (1963), y el activismo sociocultural cuyo mayor esfuerzo se centró en la denominada Escuela de Deba (1969), muestra elocuente de su interés por la investigación, el experimentalismo y la nueva pedagogía. Su obra influye en la generación más reciente de artistas vascos.

El artista donó su obra al pueblo de Navarra y está expuesta en el museo de la Fundación Jorge Oteiza creada por él mismo en 1996 en Alzuza (Navarra).

Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924 – 2002)

Entre 1943 y 1947 estudia Arquitectura en Madrid, pero deja la universidad para empezar a tomar clases de dibujo. A partir de 1948 vive en París, realiza sus primeras esculturas en yeso y expone en el Salón de Mayo de 1949.

En 1951 se instala en Hernani (Gipuzkoa), donde a partir de formas derivadas de instrumentos agrícolas realiza esculturas abstractas de hierro labrado, retomando la tradición de los maestros herreros del País Vasco. En 1954 se organiza la primera exposición de Eduardo Chillida en la Galería Clan de Madrid. En 1956 la Galerie Maeght presenta su primera individual en París y, dos años más tarde, el escultor recibe el Premio Internacional de Escultura en la XXIX Bienal de Venecia.

Las cualidades de los materiales le animan a trabajar con el hierro, el granito, el alabastro, el acero, la madera y la tierra chamota. Entre la gestualidad informalista y la contundencia constructiva, concibe laberintos imaginarios. Realiza esculturas monumentales para encargos públicos en numerosos países de todo el mundo. En 1963 viaja a Grecia, en donde nace su interés por introducir la luz en sus obras.

El artista crea paralelamente una imponente obra gráfica, esencialmente grabados, en los cuales pone de relieve el color blanco, la oposición entre lo vacío y lo lleno. Sus grabados ilustrarán numerosos libros. En 1968 Chillida concibe, para el filósofo Martin Heidegger, las ilustraciones del libro El Arte y el Espacio.

En 1977 instala el Peine del viento en un extremo de la bahía de La Concha, San Sebastián, su obra pública más conocida y celebrada.

En 1971 le nombran catedrático en la Universidad de Houston (Estados Unidos), ciudad donde se había organizado en 1966 la primera retrospectiva de una larga serie dedicada a su obra. Chillida recibió premios como el de la Bienal de Venecia hasta el Kandinsky (1960), desde el Wilhelm Lehmbruck hasta el Príncipe de Asturias, desde el Kaiserring alemán hasta el Premio Imperial en Japón (1991). En 2000, crea la Fundación Eduardo Chillida – Pilar Belzunce y el museo Chillida Leku.

Muere en 2002 en San Sebastián. Escribieron sobre el hombre y sobre su obra Heidegger, Emile Cioran o el poeta Octavio Paz.

La exposición podrá visitarse en la Fundación Bancaja en Valencia entre el 5 de noviembre de 2021 y el 6 de marzo de 2022.

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